martes, 27 de noviembre de 2007

Don Filemón arreglaba relojes

Don Filemón arreglaba relojes. Todas las mañanas antes del alba, levantaba su pesada cadera de la sucia y dura cama del inquilinato donde vivía, tenía un colchón corto y estrecho relleno de paja y esbozos de algodón. Descalzo, caminaba hasta la mesa y encendía la emisora de la Fundación Carvajal, todo el día escuchaba dicha emisora, la música clásica era la única que conocía, solamente escuchaba música clásica, nunca le pregunte el porque.

Preparaba un café aguado reutilizando el colado del día anterior, se lo tomaba y entraba al baño a orinar y lavarse la cara, solamente se bañaba una vez por semana, no tenía para quien estar limpio. Usaba el mismo pantalón café, amarrado con una cabuya para que no se le deslizara por sus delgadas piernas, a sus 78 años la carne se escurría sobre sus débiles huesos; usaba una camisa de algodón de manga corta y rallas cafés sobre un fondo blanco, tan vieja estaba que se podía ver a través de ella: sus costillas se tallaban sobre su piel desierta. Zapatos sin medias.

Tomaba sus herramientas, los relojes de la noche anterior y caminaba hasta al Centro Comercial Panamá, una caminata de 25 cuadras por las entrañas de aquella ciudad tropical de ardiente sol y ardientes mujeres, ciudad de deseo y sangre.

Esperaba… esperaba la llegada de don Omar, el dueño del establecimiento: un cuarto de dos metros por uno y medio con tres estantes metálicos y blancos y dos cabinas de madera y vidrio; cabinas atestadas de relojes en reparación, repuestos, piezas inservibles, cajas, lupas, pinzas, herramientas. Don Omar entraba con paso cansado, a sus 82 años sus ojos hundidos y su mal aliento dominaban su rostro, saludaba con un “como le va don Filemón” quien respondía con un “sobreviviendo don Omar, sobreviviendo”, don Omar se agachaba, liberaba los dos candados y habría la oxidada puerta, don Filemón encendía la luz y ambas almas en pena se sentaban en sus correspondientes cabinas, se encendía la radio y sonaba Khachaturian-Spartacus, don Omar habría el cajón y aparecían sus herramientas sobre un pañuelo sucio, don Filemón habría su maletín de cuero y disponía su arsenal.

Trabajaban… trabajaban arreglándole los relojes a los otros relojeros de la ciudad, a aquellos que no sabían como, a aquellos Relojistas de barrio. Don Omar y don Filemón eran Relojeros de Relojistas.

El medio día, almuerzo y tinto para el sueño, un descanso, pararse y estirar lo inestimable. Una mirada, una carcajada, un silencio, el trabajo de nuevo, un nuevo reloj, un madrazo “!! jueputa !!”, silencio de nuevo, Glazunov-Otoño, sus figuras encorvadas, lente al ojo, las manos ocupadas, el ocaso, una luz naranja invade el espacio, cuerpo erguido, manos libres, la hora de salida.

Don Filemón toma sus herramientas, dos relojes para entretenerse en la noche, don Omar se queda un poco más, “hasta mañana don Omar”, “que descanse don Filemón”, 25 nuevas cuadras, parada a comer, tamál y gaseosa, la puerta del inquilinato, las gradas, el cuarto oscuro, el baño de nuevo, estreñimiento, dos horas más arreglando aquel escape, Fundación Carvajal, la hora de dormir, acostarse del lado derecho para evitar la molestia en el nacido del cuello, “este nacido me va matar”. Silencio.

1 comentario:

Ramón dijo...

Me ha gustado la historia.
Enhorabuena por el blog.
Ramón